miércoles, 16 de mayo de 2012
ESCALOFRÍOS
Está soplando en mi nuca. Su fétido aliento pretende narcotizarme. Dormir, morir, rendirse al fin. Una sobredosis de ultrarealismo salvaje tras otra, de la mañana a la noche, sunsiéndome en un cuerpo diminuto y un mutismo umbrío. ¿Dónde están mis líneas rojas? ¿Dónde la válvula que proteja mi punto de ignición? Seguro que saben de lo que les hablo. Con toda certeza, muchos comparten conmigo ese negro escalofrío que te encadena a una impotencia dolorosa. Esa desolación indescriptible que puede paralizar cualquier resorte de resistencia. Dicen que suenan tambores de rescate para España pero, ¿se puede saber de qué o de quiénes quieren rescatarnos? No será de los banqueros que campan alegres a sus anchas pese a tener las espaldas cargadas de cadáveres. No padezcan por ellos, se equilibran compensándolo con el peso de los enormes bolsillos donde guardan los millones que robaron a sus víctimas. Tampoco debe ser de nuestro peripatético gobierno. Sus fracasos son el fruto de una obediencia ciega de lo que mandan los amos del dinero. Ciega, tonta, sorda y muda, a los hechos me remito.
¿De quién entonces? ¿ Acaso de nosotros mismos? ¿Somos a la par rehenes y secuestradores de este organizado crímen? Sea lo que sea, señores salvadores, les ruego encarecidamente que se guarden su envenenada ayuda allá donde les quepa. Ya intuimos el precio del espléndido rescate.
Y eso me recuerda lo del escalofrío, ya me perdonarán que me haya ido por las ramas. Retomaremos el tema del principio. Tal y como están las cosas, uno tiene que estar forrado o ser un majadero/a (haberlos haylos), para no sentir el repeluzno maldito erizándo el vello del cogote. Es inevitable si se sopesan los acontecimientos. Eso no quiere decir que la rabia no anide en medio del páramo al que nos han desterrado. Al contrario, es el habitat perfecto para hacerse bien fuerte y resistente.
Pensándolo bien, tenemos toda la eternidad para estar muertos. Por eso mientras sigamos respirando, aunque sea entrecortadamente, deberíamos reconvertir esa mina de rabia en algo práctico para nuestra supervivencia. Poner todo nuestro empeño en que los escalofríos los sientan los desaprensivos culpables de este fiasco. Transpasarles nuestra tiritera.
Es posible que estemos aturdidos, la soberana paliza lo merece. Pero algunos ya nos vamos recuperando de la catatonia a puro espasmo de temblores. Aunque ahora hablo de otros muy distintos. Los de la indignación que explota por el futuro de mierda que les estamos dejando a nuestros hijos.
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