domingo, 2 de octubre de 2011
CERCADOS POR EL MIEDO
El miedo se hace sólido, petrifica nuestra alegría de vivir, convierte nuestros diminutos corazones en estériles rocas que se hunden en el pozo de la desesperanza. El miedo es la mordaza que estrangula los sueños. Que nos arranca la lengua para ofrecernos, desarmados y cautivos, al sacrificio que reclama la bestia que habita en las entrañas del templo del dinero. Pero es posible vencerlo. Levantarnos de las brumas de los cementerios para plantarle cara como mujeres y hombres libres que, sabiéndose mortales, solo deben temer al mismo miedo.
Wall Street es la mano que mece la cuna donde se desarrollan nuestras pesadillas. La fortaleza donde se fabrica la miseria de millones de personas para mayor lucro de los prestidigitadores financieros. El emporio del mal en el que cocadictos inescrupulosos juegan a la guerra disparando misiles construidos con el polvo gris de nuestras pulverizadas calaveras. Aunque Wall Street, como el resto de las bolsas del planeta, no son inexpugnables. Miles de ciudadanos así lo han entendido y superan la angustia para cercar con coraje este lugar maldito.
Ahora sabemos fehacientemente donde habita el enemigo. Sabemos que, quienes pretenden desahuciarnos del futuro, también pueden sentir miedo. Y créanme, no les faltan los motivos. Cuando las masas rugen y se desperezan hasta las fieras sin conciencia pierden el control de sus esfínteres.
Es la llamada de la supervivencia de la especie frente a la codiciosa psicopatía de unos cuantos especímenes anómalos. Ahora, somos nosotros quienes podemos olfatear sus cobardes feromonas. Las murallas de papel que han construido no les defenderán de nuestro instinto. Se les ha ido la mano que sujetaba el yugo. Ha llegado la hora de los parias. De los seres humanos de frentes despejadas de sus terrores nocturnos. Nuestro miedo se ha colado por el mismo sumidero por donde se desvanece la justicia social y la dignidad de los pueblos.
¡Temblad, temblad malditos!
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