jueves, 29 de septiembre de 2011
PROFETAS Y ASESINOS
Alessio Rastani ha saltado a la fama por una entrevista concedida a la BBC. Puede que, como dicen muchos, Rastani sea un fraude. Es factible que no sea un trader de la city sino más bien un bufón peripatético que busca popularidad a cualquier precio. Pero sus profecías apocalípticas no parecen mentiras completas. El cinismo con el que asegura que cada noche se acuesta soñando con una recesión mundial nos deja un residuo amargo en la garganta.
Rastani interpreta una papel, pero declama alto y claro los deseos que otros callan mientras maniobran en la oscuridad para hacerlos realidad. También da voz a los temores de muchos de nosotros. Esos miedos nocturnos que , al llegar el día, toman forma de desempleo, desahucios y desesperación. El crack del 29 no fué una quiebra colectiva. Algunas fortunas se forjaron sobre la sangre y la miseria de una sociedad en bancarrota. Buitres similares a los que ahora sobrevuelan nuestro mundo atraidos por los aromas cadavéricos del muladar financiero que ellos mismos fabricaron.
Otra de sus sentencias, la inutilidad de los gobiernos para deshacer el entuerto, se manifiesta como algo más que una intuición. Cada día podemos comprobar el errático proceder de los líderes políticos. Su incapacidad para plantar cara a los sicarios del crímen económico. Como un cáncer que no para de crecer, así define Rastani la situación. Y en vez de administrarle un tratamiento agresivo, lo seguimos engordando con las mentiras de unos y la incredulidad de la inmensa mayoría. Es la crónica de una muerte anunciada a manos de unos psicópatas que esnifan el futuro y los recursos de la especie en una abominable orgía canibal.
Poco importa que el ángel anunciador de la catástrofe sea un demonio farsante e interesado. Eso no le resta veracidad a su mensaje. Siniestros personajes como Goldman Sachs ven en nuestro abismo la oportunidad de hacer aún más dinero. Nuestra ruina contribuye a su riqueza. Y eso, lejos de ser el agorero delirio de un bróker de pacotilla, es una realidad constatable y mucho más sólida que la cerrazón con la que queremos ahuyentar las pesadillas que vomita.
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