lunes, 25 de julio de 2011
UNA IDEA, UN ODIO COMÚN
La muerte te puede alcanzar por muchos motivos. Estar vivo, sin duda, es el origen de todos. Pero existen toda clase de factores genéticos, accidentales o meramente geográficos que condicionan no solo tus expectativas de existencia, también la calidad o la miseria de la misma. No es igual ser escandinavo que nacer en el Cuerno de Africa, por ejemplo. Los nórdicos y rubicundos noruegos o daneses disfrutan de un estado de bienestar envidiable mientras que pueblos como el somalí padecen una hambruna que provoca éxodos masivos. Pero paradójicamente, en sitios tan dispares hay personas que mueren víctimas del racismo. O mejor dicho, del clasismo criminal de los que se creen con derecho a decidir sobre la vida o la muerte de otros. Puede tratarse de una masacre perpetrada por un vikingo neotemplario dispuesto a liberar a Europa de la plaga musulmana y marxista que al parecer la invade, como sucedió en la isla noruega de Utoya. O puede ser aún más maquiavélico, como ocurre con Somalia. El aumento de los precios de los alimentos en el mercado mundial, las guerrillas que obstaculizan la llegada de ayuda y, sobre todo, la pasiva tibieza de organismos internacionales como la propia ONU, son las rafagas de hambre que disparamos desde el Norte contra el Sur. Tanto la crisis humanitaria que sufre Somalia como el caso de los jóvenes noruegos progresistas asesinados a sangre fría, son crímenes que proceden de una ideología común. El noruego Behring actuó movido por la islamofobia populista que emplea exhaustivamente la derecha. En nuestra propia TDT es un tema omnipresente. El acoso al inmigrante, la supuesta supremacía racial o religiosa y el desprecio a otras culturas son lugares comunes entre las corrientes fascistas y neonazis que florecen en el norte de Europa y en nuestra propia casa. El capitalismo salvaje que gobierna el mundo se mueve en la misma dirección que estos fanáticos. Solo que el sistema, primero agarra el botín manchado de la sangre de sus víctimas para después cerrar las fronteras que le protegen de la legión de los parias. Y sencillamente, los mata de hambre.
Ana Cuevas
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