Así nos ven esos torvos mercados, como
ciudadanos prescindibles, caros de mantener cuando enfermamos o
envejecemos y para más inri, poco rentables, pues cuando trabajamos
pretendemos cobrar un salario digno. Por eso detrás de todas las
medidas, recortes, mangoneo y robos disfrazados de normas y leyes,
-permitanme llamar a las cosas por su nombre-, no hay otro objetivo
que exprimirnos al máximo y después enviarnos al limbo de los
menesterosos junto con los parados y los ancianos. Ese y no otro es
el vergonzante afán de este gobierno destinado a cuadrar y reducir
el déficit económico que arrastramos. Sus destinatarios no son ni
los ricos ni las grandes empresas y corporaciones bancarias, sino las
capas más débiles y desprotegidas de esta vapuleada sociedad.
Desaparecido Mariano Rajoy, lleva
semanas sin dar la cara, fiel a su decisión de no confrontarse con
la oposición ni en el Parlamento ni en los medios de comunicación;
solo los ministros del PP ponen rosto fiero y voz desangelada a
nuestra ración diaria de ricino en forma de recortes mil en
derechos, libertades y expectativas de vida.
Día tras día nos levantamos con la
terrible incertidumbre de ver que nueva felonía se les ha ocurrido a
estos tipos. Porque estos últimos meses se han convertido en un
órdago permanente, cada día un poco más fuerte y más duro de
tragar. Y acongojados nos preguntamos cuando se terminará esta
trágala, cuando dejaremos de alimentar a la bestia insaciable,
cuando las medidas habrán colmado todas la exigencias de esos
mercados hambrientos y podremos empezar a tener esperanza en el
futuro.
Mientras, Rajoy y sus ministros
bulldozer andan ocupados en arrasar este país. Cuando terminen no
quedará nada de aquel que conocimos. No se trata de capear el
temporal. No nos apretamos el cinturón hasta perder la respiración
para poder volver después a la senda que conocimos. No nos
engañemos, lo que saldrá de todo esto es un nuevo orden. Una nueva
manera de sobrevivir que no de vivir en el marasmo de una política
ultra conservadora, una sociedad reconvertida a valores arcaicos, con
la Iglesia nuevamente tutelando nuestras vidas, y en la que el
trabajo decente, los derechos y las libertades serán recuerdos de
tiempos pasados.
Y una vez más nos encomendamos a
nuestros hados particulares pensando que es imposible que nos
impongan más recortes, que no lo vamos a poder soportar, pero
siempre tienen una nueva ración. Ya no les basta solo con el
copago-repago para sanear las cuentas. Ya no es suficiente con echar
a la calle a millones de trabajadores. Ya no se conforma a los
empresarios con la promesa de la privatización de la Sanidad, la
barra libre en el despido y los sueldos de miseria. Quieren más,
quieren exprimirnos mucho más a ver si aún soltamos algún euro
perdido en no se sabe que bolsillo o nómina.
Para imponer este nuevo orden al que
nos encaminamos, este gobierno toma medidas insolidarias, inútiles y
antisociales. Las últimas son si cabe más salvajes e
inmisericordes, ya que van dirigidas a las capas más débiles y
desprotegidas de esta sociedad. Van contra todos aquellos que poco o
nada tienen: los parados sin prestaciones, los ancianos y los
emigrantes. Las capas con menos recursos de esta depauperada
sociedad, a quienes el desembolso de unos pocos euros, esos ocho a
los que aludía con desparpajo aquel secretario general,
comparándolos con cuatro cafés, suponen renunciar a la comida de
varios días o la condena a pasar frío durante una semana por no
poder pagar parte del recibo de la luz, gas o la bombona de butano.
Me duelen en lo más profundo de mi ser
estas medidas. Me duelen y me cabrean ya que sus destinatarios
inermes poco o nada pueden hacer para defenderse. Que asco, que rabia
me producen ya que se toman con la intención de arañar unos cuantos
miles de euros, ¿cuantos se ahorraran con ellas? Mientras se siguen
premiando a los defraudadores con amnistías fiscales o se aplica el
rodillo con la reiterada negativa a una subida de impuestos a las
grandes fortunas y patrimonios.
Nuestros sufridos abuelos, verán como
merman las medicinas recetadas, -demasiado caras para ellos-, se
dejaran para mejor ocasión las prótesis de cadera o sus operaciones
de cataratas. ¿Cómo van a poder pagar lo que se les pide?. Y los
enfermos crónicos dejaran de serlo, pues agobiados por la amenaza
del repago, la imposibilidad de utilizar ambulancias o conseguir
pañales u otros servicios hasta ahora gratuitos, acortarán sus
esperanzas de vida. Ya lo decía la señora Lagarde: ancianos y
crónicos viven muchos años y eso encarece el gasto sanitario.
De un plumazo se cargan una parte del
gasto sanitario y farmacéutico y con él a miles y miles de ancianos
y dependientes que al no poder afrontar los gastos dejaran de ser una
carga para el Estado. Solucionado el problema y a otra cosa, que hay
muchos bancos que sanear y muchos amigotes a los que regalar un
hospital para que lo patroneen.
Todas estas medidas nos retrotraen a
tiempos pasados, en los que las personas mayores, sin grandes
expectativas de vida, morían en casa, sin molestar, cuidados por la
familia. Operaciones y medicinas caras eran algo destinado solamente
a los ricos.
Y quien dice abuelos dice emigrantes
sin papeles. El 30 de agosto, se les retirará la tarjeta sanitaria,
negándoles el derecho a ser atendidos y a las medicinas. Solo
aquellos que literalmente se estén muriendo tendrán derecho al
ingreso hospitalario. Vamos como en Estados Unidos. Ya lo decía
Michael Moore en aquel magnifico documental sobre la sanidad
americana llamado Sicko: “el gran problema de estos nuevos tiempos
es y será la sanidad, quien no tenga dinero no tendrá derecho a
ella”.
Aun hay quien considera que estas
medidas son necesarias y lógicas. Oyes a tu alrededor frases como:
“oiga que se gasta mucho dinero en abuelos y emigrantes, ya era
hora de tomar decisiones y poner orden”. Este gobierno ha hecho de
la demagogia un arma comparable a un obús. Tan dañina y tan letal
como esa bomba, así ha esparcido la idea de que abuelos y emigrantes
son los culpables de ese pretendido despilfarro en el gasto
sanitario. Por decreto ley pasan a ser ciudadanos de tercera,
negándoles el derecho inalienable, defendido por la Declaración
Universal de los Derechos del Hombre, de que todos, vengan de donde
vengan, tengan o no dinero, sin tener que consultar antes su
declaración de la renta, tienen derecho a ser atendidos, curados y
tratados por la Sanidad.
Y aunque machaconamente nos digan que
esto es lo que hay que hacer, que no hay otra, si que hay soluciones,
si que se puede reconducir el déficit. Solo hay que tener voluntad
de hacerlo, ahí están las bonificaciones a la Iglesia, las
deducciones en los impuestos que se cobran a las grandes empresas,
las sicavs, los ínfimos impuestos que pagan las grandes fortunas y
grandes patrimonios, el fraude fiscal, la permanente inyección de
capital a los bancos. Si que hay solución, lo que no hay es voluntad
de tomar otras decisiones que no sean hacer pagar a los trabajadores
por una crisis de la que no son culpables.
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