Muchos pensamos que otro mundo es posible. Que otra forma de entender la política, la justicia social y la defensa del medioambiente se han convertido en una urgencia que trasciende el posicionamiento ideológico. Deshacerse de los corsés con los que los lobbies financieros asfixian la democracia y envilecen la libertad y la soberanía de los pueblos es una cuestión de supervivencia para la raza humana. Los ciudadanos nos mostramos recelosos a entregar nuestro voto a cualquier grupo político porque sabemos de sus limitaciones reales para resolver los problemas que padecemos. Son las grandes fortunas del planeta, esas empresas globales que acumulan riqueza y poder equitativamente, quienes manejan verdaderamente las riendas de los acontecimientos.
Las instituciones financieras que controlan los fondos de inversión, loa bancos y las agencias de calificación son los autores materiales del caos económico que vivimos desde el 2008 pero, lejos de pagar por sus actos criminales especulativos, han salido reforzados y se permiten el lujo de acosar a las democracias y dictar las máximas por las que se deben regir nuestras vidas. La reforma de la Constitución es un ejemplo sangrante de cómo los líderes electos se doblegana sus mandados pasándose por el forro la libertad y los derechos legítimos del pueblo.
En el mundo que habitamos, la brecha de la desigualdad se hace cada vez más profunda. El desempleo, la precariedad laboral, el despiece del estado de bienestar, la vulnerabilidad de la gente frente a la diabólica maquinaria de los auténticos amos del cotarro, nos produce una impotencia sorda. Un sentimiento de absoluta indefensión frente a los abusos que nos están robando la esperanza, el pan y hasta el futuro.
Si aplicamos una visión global a los acontecimientos el panorama es aún más espeluznante. La Naturaleza grita para llamar la atención sobre el irreversible proceso al que está siendo sometida. Los síntomas de su agónica llamada no pueden ser más claros: Sequías, huracanes, inundaciones... son el resultado de un expolio sistemático que nos avisa con contundencia de su estado terminal.
A más gente, más pobreza. Y nuestra supervivencia también sufre la amenaza de una explosión demográfica brutal que condena a miles de millones de personas a carecer de los alimentos y el agua imprescindibles, así como de los recursos energéticos básicos.
Ante una situación tan desoladora podríamos caer en la tentación de abandonarnos al carpe diem y renunciar a luchar por ese otro mundo justo y equilibrado con el que soñamos. Entregarnos a la ignorancia pluralista que trata de persuadirnos de que no existe alternativa al descabelle general.
Pero ahora, más que nunca, los ciudadanos contamos con instrumentos para interactuar masivamente contra los designios del totalitarismo financiero.
Desde la Primavera Árabe hasta el Movimiento del 15-M, las redes sociales se han mostrado como un poderoso instrumento aglutinador de las fuerzas que intentan combatir el lado oscuro.
Puede que seamos los parias de la tierra. Pero somos muchos más. Y desestimar este potencial sería un grave error.
Como cantaba Raimon en los sesenta, nosotros no somos de este mundo. Otro distinto, hecho a la medida de los seres humanos libres, sigue siendo posible.
Podemos intuirlo en nuestros corazones.
Recuperar el valor y la dignidad para luchar por él depende únicamente de nosotros.
Ana Cuevas
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