Volver a tu ciudad de origen tras una larga temporada siempre implica darte de morros con la realidad. Tendemos a pensar que por mucho que nos distanciemos de nuestros orígenes y de todo lo que los rodea, estos van a permanecer estáticos en el tiempo. Nos sorprendemos de que la vida siga su curso y de que las gentes y el entorno evolucionen ( o involucionen, que es lo que suele ocurrir ).
Esto más o menos es lo que le ha pasado a este que suscribe. Casi siete años de ausencia de mi Zaragoza me han tenido aislado de la realidad que en ella se estaba gestando. Si, bueno, en las periódicas visitas que realicé experimente los rigores de las obras faraónicas de la Expo del Agua: calles cortadas, accesos cambiados de ubicación, aparcamientos imposibles, transportes públicos alterados, aumento de la represión policial y un sinfín de señales presagiaban a la Nueva Zaragoza que acechaba. Pero no se si la nostalgia, la ceguera o la resistencia al cambio, me hacían negar de forma sistematica este proceso.
Y no solo la Expo personifica este giro, una sensación de haber "subido de categoría" como ciudad ha sembrado en los ciudadanos un sentimiento de poderío y chulería que les hace soñar con quimeras como los Juegos Olimpicos de Invierno, un campo de futbol tamaño Champions League o grandes ciudades del juego como la fallida Gran Escala. De verdad queremos caer en este egocentrismo que nos hace creernos el ombligo de la creación? Zaragoza, mejor dicho, los zaragozanos, estamos dando por supuesto que la ciudad se ha subido al tren de las grandes urbes despilfarradoras que se endeudan hasta las cejas con efímeros proyectos cuyo impacto social es cero, o lo que es peor, dañino, y que dejan de lado a aquellos por los que deberían partirse el lomo: los ciudadanos.
Es posible que para un habitante de Zaragoza este cambio no sea palpable, pero para alguien que mira con la perspectiva de la distancia nuestra urbe ha dejado de ser ese lugar amable en el que me crié y crecí. Los espacios urbanos se han desnaturalizado convirtiendo lo que yo recuerdo como una ciudad llena de parques, plazas y descampados, en un mamotreto de cemento, arboles famélicos y carteles de "prohibido divertirse si no consumes". Se quejan de la generación del botellón, pero es que dónde se puede echar una pachanga de baloncesto hoy en día? Dónde pueden tus críos corretear y desgañitarse a gritar hasta las tantas, ahora que llega el buen tiempo? Eso si, vamos a abrir bien de terracitas en las orillas del Ebro, que para el verano se van a llenar y el Ayuntamiento se llevará su buen pico. Y vamos a seguir invirtiendo en urbanizar los pocos lugares que quedan en el entorno de Zaragoza para hacer el cabra con la bici. O lo que es mas divertido todavía, vamos a dragar un cachito del río para que cuatro horteras se den un paseo en barca por unas aguas que os aseguro necesitan algo mas que retirar un poquito de grava del fondo y plantar cuatro parterres de cesped.
Yo no quiero una ciudad así. Lo tengo muy claro. Desde las altas esferas parecen haber tomado la decisión de invertir todos sus esfuerzos en el turista que viene a dejarse los cuartos, dejando totalmente de lado al ciudadano achuchado por la realidad que malvive como puede entre capitalidades culturales y reuniones católicas en la Plaza del Pilar. Vale que el dinerico que se dejan luego ayuda a los (pocos) proyectos del ayuntamiento, pero me da a mi que se está deliberadamente descuidando al maño de a pie basándose en el principio de "si no das beneficios no eres importante para mi".
Ahora que comienza la nueva legislatura sería muy beneficioso hacerle llegar a nuestro nuevo flamante alcalde ( al que pulirán de nuevo para que nos deslumbre con sus brillantes ideas ) las auténticas necesidades de la ciudad. A ver si así no se nos despista, que tiene un peligro....
Incordio ergo Sum.
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