No hace muchos días,
asistimos a una incalificable y barbara ceremonia del horror. En un
espantoso video, abundantemente difundido por televisiones y redes
sociales, se podía ver si el estómago y la rabia lo permitían,
como una pobre mujer afgana acusada de adulterio, era ajusticiada a
tiros por un salvaje muyahidin.
Mientras, un coro de
voces masculinas, más de 150 hombres se dice en el video, entre
risotadas, jaleaban y animaban a quien empuñaba el arma que acababa con la vida
de esta joven mujer.
Todos aquellos que tuvimos
conocimiento de aquel salvaje e inhumano episodio coincidimos en que
tan culpables de la ejecución eran los talibanes que impasibles
asistían a esta fechoría, mientras jaleaban y aplaudían con
invocaciones a Alá misericordioso, como el autor material del
fusilamiento.
El miércoles, este país
asistió alucinado a otra ceremonia incalificable y obscena. Su
escenario no era un pueblo perdido del ancestral y salvaje
Afganistán. Se desarrollaba en el Congreso de los Diputados del
reino de España.
También aquí como en la
medieval aldea afgana había un coro de jaleadores, aplaudidores y
hooligans. No se trababa solo de hombres, diputados del partido
popular para más señas. En esta soez ceremonia, para bochorno
general, las mujeres, las diputadas de ese partido tuvieron un papel
preponderante. Particularmente una de ellas, Andrea Fabra, diputada
elegida por Castellón y de infausto apellido por ser hija de uno de
los mayores urdidores de este país. El “eximio prócer” del PP y
regidor con mano de hierro del partido en Castellón, Alberto Fabra.
Esta tipa, -no la llamaré
señora, porque sería insultar a todas aquellas que si lo son-,
gritaba a pleno pulmón “que se jodan” mientras su jefe de
filas, Mariano Rajoy, desgranaba la batería de medidas que
retrotraeran este país a un oscuro y paupérrimo pasado, recortando
entre otros muchos, los derechos de los desempleados. Esos casi seis
millones de "vagos y jetas", de esta guisa se les trata y a los que se recortará el subsidio a partir del
sexto mes de la percepción para “incentivarles a buscar trabajo”.
Tanto empeño y
vehemencia puso en su grito esta hooligan de la política, que no
solo fue escuchado el exabrupto por los que en ese momento ocupaban
el resto de los escaños, sino que fue recogido por todos los medios
de prensa que asistían en tan trascendental ocasión a la Cámara
Baja.
Y como sucedía en el
infausto fusilamiento afgano, el resto de sus compañeros, no solo no
le hacían callar abochornados por la insultante coz, sino que como
los talibanes afganos aplaudían su acción y entre risotadas
continuaban con esa ceremonia de insultos, chirigotas, pitidos,
pataleos y berridos en que se han convertido las sesiones del
Congreso.
No puede extrañarnos que
tras semejante y bochornoso acto, el presidente del gobierno siguiera
como si nada, dando lectura a la catarata de salvajes medidas que se
imponen a los ciudadanos de este país, con la insensata intención
de arreglar esa crisis que no hemos causado pero que a todos luces
pagaremos de nuestros bolsillos y a poco que se esfuercen, con
nuestra vida.
Estos son los talibanes
que nos gobiernan, tipos deshumanizados, insolidarios, soeces y
barriobajeros. Tienen un programa del que, como los talibanes afganos
en lo que respecta a los derechos de las mujeres, no se van a separar
ni un milímetro. Miren sus caras sonrientes como hienas, satisfechos con lo que oyen anunciar su líder, aplaudiendo entusiasmados cada una de sus propuestas, regodeandose en el triunfo de sus
ideas y convecidos de que el nuevo orden ya ha llegado. Se han conjurado para acabar con los derechos y las
libertades de este país.
Asistimos a un golpe de estado en toda regla y si los ciudadanos no somos capaces de
unirnos, terminando con esta ordalia de leyes y decretos insufribles,
no será solo “que se jodan” lo que vamos a tener que sufrir.
Vamos derechos a la caverna, al oscurantismo y a la desaparición de
una democracia que muchos años nos costó alumbrar.
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