jueves, 29 de diciembre de 2011

CIUDADANO BORBÓN

A Juan Carlos lo recibieron ayer en el Parlamento con una ovación, según cuentan de dos minutos y tras ella lo jalearon al grito de ¡viva el rey!. Dicen que fue recibido de esta guisa para darle ánimos y levantarle la moral muy decaída tras los últimos sucesos que sacuden su casa. Ya saben, ese yerno que le ha salido ligero de manos y diestro en reconducir los fondos dedicados a causas sociales a su propio bolsillo y esa hija, ¡quien se lo iba a contar!, que hasta hace nada aparecía como socia en fundaciones y demás negocios del ya apestado yerno.

Este ciudadano de nombre Borbón, al que le gusta presumir de que es un español más, no le tembló la mano y menos la conciencia cuando hace más de cuatro años y en un último intento por quitar de enmedio a Urdangarin, decidió mandarlo al dorado exilio de Washington. Por aquellas fechas ya empezaba a levantarse la liebre sobre sus chanchullos, los grupos de la oposición en el parlamento de Baleares comenzaban a hacer preguntas demasiado incómodas y no había manera legal de reconducir esos sospechosos negocios que incluían desvíos a empresas pantallas radicadas en paraísos fiscales o fundaciones sospechosas de ser lo menos “sin animo de lucro” que uno se pueda imaginar.

Imagino pues que cuando llegará a la sala y oyera esa salva de aplausos, le diría a Sofía: “uf..., al menos aquí no me pitan”. ¿Quienes aplaudieron?, los representantes del PP, del PSOE y CIU, aquellos que durante todo este tiempo no han dicho ni una palabra de algo que ya era vox populi. Nadie en las filas de estos partidos en estos cuatro años ha dicho nada sobre los sucios negocios del yerno del rey. Nadie se pregunto en todo este tiempo el porque de la salida repentina a un dorado exilio, con puesto de campanillas en Telefónica de Urdangarin, la hija del rey y su familia cuando aquí en España y nunca mejor dicho gozaban de una vida de reyes. ¿De verdad que nadie sabía nada?. Perdonen que no lo crea, pues hasta una servidora que no ojea las revistas del corazón sino cuando va a la pelu, se quedó sorprendida por esta huida apresurada dejando atrás en Barcelona un pisazo que bien podría acoger a seis familias holgadamente, un puesto en la Caixa para la princesa y una vida bien asentada en la sociedad catalana tan poco dada a abrir su casa a los forasteros.

Dicen que ese aplauso era para levantarle el animo y por un trabajo bien hecho. ¿A ustedes les aplauden en su trabajo, le gritan a pleno pulmón un "viva Pepe o María" cuando cumplen con su obligación?, verdad que no. Pues al rey tampoco deberían, dado lo poco que hace y lo caro que nos cuesta mantenerle a él, a su familia, allegados, sirvientes, chóferes y demás trabajadores de su casa real. Tiene narices el nombrecito, “casa real”, la mía no tiene nombre ni falta que le hace y puedo asegurarles que como la de la mayoría de los españoles es tan digna y más limpia que la suya.

Me cuentan que en ese aplauso influyó, su discurso de Nochebuena, un esperado discurso que dejo perlas como esta: "Necesitamos rigor, seriedad y ejemplaridad en todos los sentidos. Todos, sobre todo las personas con responsabilidades públicas, tenemos el deber de observar un comportamiento adecuado, un comportamiento ejemplar", dijo el jefe del Estado, pera añadir: "Vivimos en un Estado de Derecho y cualquier actuación censurable deberá ser juzgada y sancionada con arreglo a la Ley. La justicia es igual para todos".

Y yo me pregunto: ¿incluye en esa demanda de responsabilidad y decencia a sus hijos y demás familia? Si como se desprende de estas palabras nadie esta por encima de la ley, al igual que el resto de los españoles rendimos cuentas a la justicia, la infanta y su yerno deberían inexcusablemente rendir esas mismas cuentas. No caben dobles raseros a la hora de juzgar a los integrantes de la familia real. Son ciudadanos como el resto, por tanto están sujetos a esa ley de la que no escapamos los demás.

Sin duda quienes aplaudieron al monarca, fervorosos partidarios de que esta trasnochada institución siga existiendo en España, deberían plantearse como poco cuanto nos cuesta su mantenimiento, ahora que se ha sabido la cantidad que le pagamos todos los años al señor Borbón. A él y a su larga lista de familia, parentela, allegados, criados, y demás fauna que puebla esa mal llamada casa real. Este último gesto, indudablemente hecho para callar bocas, pretende limpiar la cuestionada honradez de la monarquía española. Imposible cuando leemos que en el desglose de gastos, más de cuatro millones de euros, el 47,8% de dicho presupuesto, se dedican a pagar a empleados, más de 507. En muchos casos sobresueldos a funcionarios que ya cobran un salario. Y aunque nos aseguren que no tienen obligación de rendir cuentas, extremo este bastante discutible, no deja de ser vergonzoso tanto gasto y tantas personas al servicio de una sola familia.

Cuando se imponen enormes recortes a los trabajadores, cuando éstos ven como se cierran sus empresas, pierden sus casas por culpa de abusivas hipotecas, se congela el salario mínimo, se recortan la Sanidad y la Educación y los ancianos tiemblan pensando en como van a pagar esas recetas que necesitan para seguir viviendo; hoy nos desayunamos con “las cuentas del rey”. Y escuchamos los alborozados halagos que le dedican por haberlas hecho públicas. ¿Acaso no debería hacerlo?. Señores, un poco de seriedad y rigor. Si desde el Presidente del Gobierno para abajo se hacen públicas, ¿porque no hacerlo el rey, que al fin y al cabo recibe el dinero para sus gastos de nuestros bolsillos?

Hace poco leí que Urdangarin, con sus negocios poco honrados, ha hecho un enorme favor a todos aquellos que trabajan por la implantación de la república en este país. Si ya la institución de la monarquía, decimonónica y trasnochada estaba de capa caída y en entredicho, actuaciones como las del yerno del rey propician que se reclame con más fuerza su desaparición. Muchos de nosotros, gentes tanto de izquierdas como derechas, somo republicanos de corazón y por convicción. Aspiramos a elegir libre y democráticamente a quienes no representan. Sin imposiciones de cuna o de rancio apellido. Ha llegado el momento de que nos planteemos que hay un recambio a esta ajada institución. Hacerlo esta en manos de aquellos que votamos cada cuatro años. Existen mecanismos para reclamarlo. Bien pudiera ser por medio de un referéndum o tal vez, no lo verán estos ojos que se ha de comer la tierra, mediante una reforma constitucional, pero no de esas que empiezan a ser una costumbre hacer de forma subrepticia, con alevosía y nocturnidad.

Ver ayer a los complacientes diputados del “rodillo” en el Parlamento español, con la excepción de los representantes de IU, PNV, GEROA BAI, ERC, BNG y AMAIUR, aplaudiendo y gritando vivas al rey me recordó otros aplausos y otros vivas, estos a un viejo y terrible dictador a quien le gustaban las manifestaciones de adhesión inquebrantable de las masas a las puertas de lo que hoy es el palacio real.


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