viernes, 22 de junio de 2012

RECUPERAR LA SOLIDARIDAD



Plan para una mañana de verano: escoges una plaza o calle transitada, a ser posible en la que haya varias entidades bancarias enfangadas en fusiones espúreas. Una de esas que cotizaron en el Ibex y que ahora naufraga entre cuentas de resultados con débitos multimillonarias, opciones y jubilaciones escandalosas a directivos chorizos o reducciones salvajes de oficinas y empleados.

Colocas frente a sus puertas tus ya desgastados carteles y pancartas en los que se denuncian banqueros corruptos y abusones, políticos indeseables y además se llama la atención sobre los recortes en nuestra Sanidad y Educación, los desahucios o la Auditoría de la Deuda.

Inmediatamente se te aceran paisanos que te cuentan sus cuitas y sinsabores. Casi sin preguntarles, te abren su corazón, desgranando un rosario de penalidades en el que se dan la mano el paro, la crisis, la corrupción, los recortes en el sueldo, el miedo a no tener una sanidad y una educación de calidad y pública, la perdida de su casa, las bajas pensiones y un sinfín de penurias más.  Un baño de realidad que te acerca de primera mano a lo que realmente pasa en este país.

Al imán de la protesta, también se suele acercar algún iluminado que propone soluciones salvajes o disparatadas. O aquel otro que te dice que estamos locos, que los de arriba lo están haciendo muy bien y que lo que sobran son parados, abuelos y sobre todo emigrantes, "que ya sabe usted que la culpa de todo lo que pasa en este país es de ellos"

Es un ejercicio muy recomendable para todos, incluso lo sería, si fuera posible, para esos desalmados señores de traje y corbata que desde los despachos deciden sobre nuestras vidas. También les vendría bien, aunque imagino que no saldrían bien parados, a esos políticos chulescos y fanfarrones que tanto abundan en este país. Y porque no a la  iglesia, tan alejada de la realidad, insensible al padecer de los ciudadanos y tan próxima al poder, bajo cuyas alas se esconde para seguir manipulando conciencias.

Y si no son de los que organizan plantones y protestas, bajen al menos un rato a la calle, parense en una acera, escuchen a los que pasan, a los atribulados ciudadanos que caminan presurosos por nuestras calles. A poco que se esfuercen escucharan el verdadero y doliente latido de este país. No solo lo que nos cuentan periódicos y telediarios, sino la realidad de este maltrecho y apaleado país, que por cierto es bien dura y terrible.



En un acto de humildad y de solidaridad que todos deberíamos hacer más a menudo, acérquese a sus vecinos, pregúnteles como llevan su vida, como afrontan esta crisis, como les afecta, que hacen para llegar -si es que pueden- a final de mes, o como sobreviven tras haber perdido trabajo, casa e incluso los papeles.
En otros tiempos, lejanos ya, esta práctica era común, había familiaridad y cercanía con nuestros semejantes. La preocupación por el otro aún no había desparecido de nuestra forma de entender la vida. La solidaridad se practicaba con el vecino, incluso con el desconocido o el necesitado. Todo eso se ha ido perdiendo reemplazado por el individualimo más rampante y el desentendimeinto sobre lo que le pueda pasar al resto del mundo.

Por eso les recomiendo que rebusquen en su interior más recóndito. Si, ese que todos hemos hormigonado con losas de egoísmo, el que se pone gafas negras de cinismo y saquemos a flote la solidaridad y la empatía que todos llevamos dentro. Y una vez limpio y reluciente, dediquemos un poco de nuestro tiempo a escuchar a quienes en estos momentos lo pasan mal, empeñemos parte de nuestras energías en intentar cambiar lo que sabemos que es insufrible e inhumano. Entreguemos nuestro trabajo solidario al familiar, al vecino o al desconocido que lo ha perdido todo.

Frente a una sociedad deshumanizada, contra gobiernos neoliberales empeñados en el desmantelamiento de un estado democrático en el que los individuos son despojados de todos sus derechos y sin olvidarnos del necesario compromiso político; se hace más necesario que nunca ese plus de solidaridad, intercambiando experiencias, buscando soluciones que permitan a los que poco o nada tienen que comer cada día o sentirse útiles y ciudadanos de primera.

No saben como lo agradecerá aquel a quien seamos capaces de echar una mano. Y puede que además esa y muchas otras noches durmamos con la conciencia tranquila.



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