miércoles, 25 de abril de 2012

SOMOS CIUDADANOS PRESCINDIBLES, CAROS DE MANTENER Y ADEMÁS POCO RENTABLES





Así nos ven esos torvos mercados, como ciudadanos prescindibles, caros de mantener cuando enfermamos o envejecemos y para más inri, poco rentables, pues cuando trabajamos pretendemos cobrar un salario digno. Por eso detrás de todas las medidas, recortes, mangoneo y robos disfrazados de normas y leyes, -permitanme llamar a las cosas por su nombre-, no hay otro objetivo que exprimirnos al máximo y después enviarnos al limbo de los menesterosos junto con los parados y los ancianos. Ese y no otro es el vergonzante afán de este gobierno destinado a cuadrar y reducir el déficit económico que arrastramos. Sus destinatarios no son ni los ricos ni las grandes empresas y corporaciones bancarias, sino las capas más débiles y desprotegidas de esta vapuleada sociedad.

Desaparecido Mariano Rajoy, lleva semanas sin dar la cara, fiel a su decisión de no confrontarse con la oposición ni en el Parlamento ni en los medios de comunicación; solo los ministros del PP ponen rosto fiero y voz desangelada a nuestra ración diaria de ricino en forma de recortes mil en derechos, libertades y expectativas de vida.

Día tras día nos levantamos con la terrible incertidumbre de ver que nueva felonía se les ha ocurrido a estos tipos. Porque estos últimos meses se han convertido en un órdago permanente, cada día un poco más fuerte y más duro de tragar. Y acongojados nos preguntamos cuando se terminará esta trágala, cuando dejaremos de alimentar a la bestia insaciable, cuando las medidas habrán colmado todas la exigencias de esos mercados hambrientos y podremos empezar a tener esperanza en el futuro.

Mientras, Rajoy y sus ministros bulldozer andan ocupados en arrasar este país. Cuando terminen no quedará nada de aquel que conocimos. No se trata de capear el temporal. No nos apretamos el cinturón hasta perder la respiración para poder volver después a la senda que conocimos. No nos engañemos, lo que saldrá de todo esto es un nuevo orden. Una nueva manera de sobrevivir que no de vivir en el marasmo de una política ultra conservadora, una sociedad reconvertida a valores arcaicos, con la Iglesia nuevamente tutelando nuestras vidas, y en la que el trabajo decente, los derechos y las libertades serán recuerdos de tiempos pasados.

Y una vez más nos encomendamos a nuestros hados particulares pensando que es imposible que nos impongan más recortes, que no lo vamos a poder soportar, pero siempre tienen una nueva ración. Ya no les basta solo con el copago-repago para sanear las cuentas. Ya no es suficiente con echar a la calle a millones de trabajadores. Ya no se conforma a los empresarios con la promesa de la privatización de la Sanidad, la barra libre en el despido y los sueldos de miseria. Quieren más, quieren exprimirnos mucho más a ver si aún soltamos algún euro perdido en no se sabe que bolsillo o nómina.

Para imponer este nuevo orden al que nos encaminamos, este gobierno toma medidas insolidarias, inútiles y antisociales. Las últimas son si cabe más salvajes e inmisericordes, ya que van dirigidas a las capas más débiles y desprotegidas de esta sociedad. Van contra todos aquellos que poco o nada tienen: los parados sin prestaciones, los ancianos y los emigrantes. Las capas con menos recursos de esta depauperada sociedad, a quienes el desembolso de unos pocos euros, esos ocho a los que aludía con desparpajo aquel secretario general, comparándolos con cuatro cafés, suponen renunciar a la comida de varios días o la condena a pasar frío durante una semana por no poder pagar parte del recibo de la luz, gas o la bombona de butano.

Me duelen en lo más profundo de mi ser estas medidas. Me duelen y me cabrean ya que sus destinatarios inermes poco o nada pueden hacer para defenderse. Que asco, que rabia me producen ya que se toman con la intención de arañar unos cuantos miles de euros, ¿cuantos se ahorraran con ellas? Mientras se siguen premiando a los defraudadores con amnistías fiscales o se aplica el rodillo con la reiterada negativa a una subida de impuestos a las grandes fortunas y patrimonios.

Nuestros sufridos abuelos, verán como merman las medicinas recetadas, -demasiado caras para ellos-, se dejaran para mejor ocasión las prótesis de cadera o sus operaciones de cataratas. ¿Cómo van a poder pagar lo que se les pide?. Y los enfermos crónicos dejaran de serlo, pues agobiados por la amenaza del repago, la imposibilidad de utilizar ambulancias o conseguir pañales u otros servicios hasta ahora gratuitos, acortarán sus esperanzas de vida. Ya lo decía la señora Lagarde: ancianos y crónicos viven muchos años y eso encarece el gasto sanitario.

De un plumazo se cargan una parte del gasto sanitario y farmacéutico y con él a miles y miles de ancianos y dependientes que al no poder afrontar los gastos dejaran de ser una carga para el Estado. Solucionado el problema y a otra cosa, que hay muchos bancos que sanear y muchos amigotes a los que regalar un hospital para que lo patroneen.

Todas estas medidas nos retrotraen a tiempos pasados, en los que las personas mayores, sin grandes expectativas de vida, morían en casa, sin molestar, cuidados por la familia. Operaciones y medicinas caras eran algo destinado solamente a los ricos.

Y quien dice abuelos dice emigrantes sin papeles. El 30 de agosto, se les retirará la tarjeta sanitaria, negándoles el derecho a ser atendidos y a las medicinas. Solo aquellos que literalmente se estén muriendo tendrán derecho al ingreso hospitalario. Vamos como en Estados Unidos. Ya lo decía Michael Moore en aquel magnifico documental sobre la sanidad americana llamado Sicko: “el gran problema de estos nuevos tiempos es y será la sanidad, quien no tenga dinero no tendrá derecho a ella”.

Aun hay quien considera que estas medidas son necesarias y lógicas. Oyes a tu alrededor frases como: “oiga que se gasta mucho dinero en abuelos y emigrantes, ya era hora de tomar decisiones y poner orden”. Este gobierno ha hecho de la demagogia un arma comparable a un obús. Tan dañina y tan letal como esa bomba, así ha esparcido la idea de que abuelos y emigrantes son los culpables de ese pretendido despilfarro en el gasto sanitario. Por decreto ley pasan a ser ciudadanos de tercera, negándoles el derecho inalienable, defendido por la Declaración Universal de los Derechos del Hombre, de que todos, vengan de donde vengan, tengan o no dinero, sin tener que consultar antes su declaración de la renta, tienen derecho a ser atendidos, curados y tratados por la Sanidad.

Y aunque machaconamente nos digan que esto es lo que hay que hacer, que no hay otra, si que hay soluciones, si que se puede reconducir el déficit. Solo hay que tener voluntad de hacerlo, ahí están las bonificaciones a la Iglesia, las deducciones en los impuestos que se cobran a las grandes empresas, las sicavs, los ínfimos impuestos que pagan las grandes fortunas y grandes patrimonios, el fraude fiscal, la permanente inyección de capital a los bancos. Si que hay solución, lo que no hay es voluntad de tomar otras decisiones que no sean hacer pagar a los trabajadores por una crisis de la que no son culpables.

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