domingo, 26 de junio de 2011

EL ELOGIO DE LA BELLEZA



Andamos los humanos enfrascados en la lucha diaria. Sin pausa vamos apurando los momentos, ajenos casi siempre a lo que nos rodea. Corremos como pollos sin cabeza, no sabemos hacia donde ni con que propósito. Tal vez por eso cuando conseguimos pararnos, cuando por unos días nos apartamos del bullicio, de la prisa constante, de reuniones, entrevistas o trabajos poco satisfactorios; tener unos instantes para nosotros mismos, para ensimismarnos en lo que nos gusta, -ya sea practicar deporte, viajar, leer o simplemente no hacer nada-, nos produce una enorme satisfacción.

Personalmente, cuando ya no doy más de si, cuando mi cabeza empieza a dar señales de aviso de que mi disco duro esta lleno, poder tener unos días de asueto, y aprovecharlos para viajar es un privilegio. Busco cortar con lo cotidiano, dejar atrás los asuntos que me estresan, aquellos que me ponen de mal humor o me sacan de mis casillas. Busco en otros lugares, lejanos o cercanos aquello que me gusta. Viajo por el placer mismo de viajar, no me importa el medio que utilice ni si al hacerlo pierdo tiempo. Mi destino es conocer y entender otras formas de afrontar la vida, ver obras de arte, empaparme de la sabiduría de los habitantes por donde transito y sobre todo dejarme llevar por la contemplación de las cosas bellas.

Intento encontrar ese sentimiento que se adueña de nosotros ante lo bello. Conseguirlo me lleva por senderos de paz, serenidad e incluso alegría. Pocas cosas hay en el mundo comparables a esa sensación.

Para algunos la búsqueda de la belleza es su norte durante toda la vida, para otros simplemente es una compañía que añoramos cuando no la tenemos cerca y que cuando alcanzamos a atisbar, la apuramos sabiendo de antemano que es inaprensible y que en todo caso disfrutaremos por un momento y después huirá.

La belleza, lo bello, ese concepto que los sabios llevan cientos de años estudiando, esta muchas veces a nuestro alrededor y casi ni somos capaces de reparar en ellla. ¡Qué satisfacción produce encontrarla!, ya sea en un majestuoso paisaje, un objeto u obra de arte, un bebé rubicundo, alegre y juguetón, un cachorro tierno y vulnerable o porque no en una banda de alborotadas golondrinas surcando los cielos en un caluroso día de verano. Incluso cuando todo a nuestro alrededor se desmorona, cuando ya no queda nada a lo que asirse, la percepción de la belleza constituye un refugio para el hombre.

Caminando por las áridas tierras de la alta Extremadura, tan parecidas a nuestra Tierra Noble, me permite descubrir la belleza de un paisaje árido, duro, requemado por el sol y desprovisto casi totalmente de árboles. Espacio infinito donde solo crecen ralos arbustos y grandes piedras diseminadas aquí y allá que marcan las distancias y el horizonte.

Tierra áspera y seca como sus gentes. Hombres y mujeres acostumbrados a la dura vida del campo, a demasiada lucha y trabajo para sacar a estos campos sus frutos. Atrás dejamos dehesas con encinas, alcornocales y jaras. Ante nosotros se muestran los campos castigados por un sol de justicia, presos de un calor asfixiante y provistos de una cierta belleza que no deja indiferente. Nuestros quemados ojos vagan por el horizonte en busca de un lugar donde refugiarse, pero no lo hay, solo alcanzamos a ver tierra por la que seguir caminando. Solo alguna cigüeña nos mira desde lo alto, preguntándose sin duda que hacen esos humanos insensatos caminando con tanto calor.

¿Hay belleza en este paisaje? se dirán. Para mi la hay, la veo donde otros no la encuentran ni la podrían entender. Es tambien la belleza de lo efímero, del momento de sufrimiento, de la superación. Solo se trata de mirar y empaparse de lo que se nos ofrece, ir un poco más allá, dejar que la imaginación divague. Tal vez el calor nos haga ver espejismos, pero todos sabemos que también en los espejismos puede haber belleza.

MARIBEL MARTÍNEZ
(GABINETE DE CRISIS)



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